domingo, 26 de abril de 2015

JOYAS ESCONDIDAS DEL CINE (II): WAKE IN FRIGHT (1971)


Nominada en su día a la palma de oro en Cannes, Wake in fright (Outback) (1971) -aquí titulada Despertar en el infierno- es un film hoy injustamente olvidado, algo poco comprensible, ya que estamos ante una obra que resulta imprescindible para comprender una cinematografía tan interesante como la australiana.

Outback juega al drama psicológico con elementos que bordean lo Kafkiano y lo pesadillesco; la época dorada del cine australiano cuenta con numerosos ejemplos -tanto de películas de género como de otras cercanas a esos parámetros- que se sirven acertadamente del folclore y de las tradiciones de la tierra para crear una nueva forma de mostrar lo inquietante o lo sobrenatural.

Peter Weir, autor imprescindible del cine moderno, nos dejó para el recuerdo dos manifiestos de este tipo de cine: Picnic en Hanging Rock (1975) y La última ola (1977). 

  La aterradora Largo fin de semana (1978)de Collin Egleston, o la hermosa Walkabout (1970), de Nicholas Roeg, trataban sobre el papel primordial que la naturaleza y el paisaje australiano juegan en las vidas de sus habitantes. Pero quizás sea esta Wake in fright la que más acierte a la hora de reflejar el choque entre civilización y naturaleza, entre lo aparentemente moderno y las tradiciones arraigadas, sean aborígenes o no. La película del canadiense Ted Kotcheff muestra una Australia que es un todo en uno, y que no puede separar una cosa de otra.

John Grant (Gary Bond) es un profesor hastiado de vivir en un pequeño y polvoriento pueblo; terminado el curso decide pasar unas vacaciones en Sidney. Al iniciar su viaje, una serie de problemas le llevaran a tener que pernoctar en una ciudad de mineros; allí da comienzo una espiral de autodestrucción en la que el profesor acaba sumido por voluntad propia. 

Este descenso a los infiernos se produce cuando John acepta las costumbres del lugar: beber alcohol hasta reventar o emular las acciones que cometen sus compañeros de juerga para sentirse integrado.
Como todo buen dantesco trayecto, el profesor cuenta con la ayuda de su Virgilio particular, un inconmensurable Donald Pleasance, que interpreta a un ser que una vez tuvo moral pero que la terminó abandonando en el fondo de una botella.
Muchos detalles quedan grabados a fuego en la memoria del espectador que se acerque a esta película.
Quizás el principal sería la atmósfera irrespirable que consigue Kotcheff desde el minuto uno, capaz de poner a prueba el aguante del espectador poco acostumbrado a estar incómodo durante el visionado de un film. La fotografía feísta y saturada ayuda a que sintamos en nuestra piel el continúo calvario de sudor que cubre a los personajes, impotentes ante el sofocante calor australiano.

Esa sensación se hace más acusada en los lugares cerrados, bares atestados de gente apretujada como canelones en un horno, aguantando las altas temperaturas gracias a litros de alcohol. 
Wake in fright debe poseer el record Guinnes de gente bebiendo en un film, o de número de latas y cascos de botella vistos jamás en una pantalla. Creo que hay pocos planos en los que no veamos a un paleto bebiendo o botellas por doquier.
Kotcheff logra que la inmersión en ese submundo tenga no solo las obvias connotaciones físicas, sino también hace que nos preguntemos por qué ese personaje integro y recto se llega a convertir en un animal que solo responde a sus más bajos instintos.
El metraje está repleto de pasajes simbólicos, el más impactante de todos es aquel en el que el profesor y sus nuevos amigos se van a cazar canguros.
 
Pocas veces se ha visto de manera tan cruda el duelo del hombre contra el animal; aquí un duelo desigual, por supuesto, y que levantó ampollas en su día por la utilización de imágenes reales de cacerías para la creación de la secuencia.

Otro de los mejores momentos de la cinta es su parte final, donde la ambigüedad de los diálogos y las situaciones dan pie a una escena tremenda, que sugiere la culminación de la degeneración del personaje.

Outback fue dirigida por, como decíamos antes, Ted Kotcheff, director nacido en Canadá con una larga y en general discreta carrera a sus espaldas, de la que sobresale esta obra y la posterior e interesante Acorralado (1982), el segundo bombazo de taquilla de Sylvester Stallone.

Despertar en el infierno no solo es un título fundamental que influyó en la posterior cinematografía de Australia, también su sombra se ha visto en otros films, como demuestra Giro al infierno (1997) de Oliver Stone, en el que Sean Penn, tal como le ocurría al personaje de Gary Bond, parece incapaz de poder escapar de un corrompido, desértico y diminuto pueblo, sucursal de un averno proveniente de nuestras antípodas, de un lugar donde lo que va siempre regresa.


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