miércoles, 7 de septiembre de 2016

NO RESPIRES: o el juego del ciego y el ratón



El subgénero home invasión -o películas donde un intruso se cuela en nuestro hogar- no es algo nuevo inventado por filmes como Los extraños (2008) o The Purge (2013). Ya durante la era dorada de Hollywood el cine negro apuntaba las constantes de este tipo de producciones, con obras como Rejas humanas (1939) u Horas desesperadas (1955).

El home invasion juega con uno de los miedos primordiales del ser humano: que un extraño entre en tu casa y la haga suya, arrebatándote la seguridad y la protección que varias paredes te dan frente a los de fuera.

Funny games (1997), La habitación del pánico (2002) o Sola en la oscuridad (1967) son buenos ejemplos de un subgénero que en los últimos años ha vivido una auténtica oleada de títulos, algunos efectivos, como The Collector (2009) o Mientras duermes (2011), pero que en la mayoría de casos adolecen de inventiva y se deshinchan en su parte final.



No respires se sitúa desde ya entre los mejores ejemplos de este subgénero, gracias precisamente a su creatividad, a que saca partido a todas sus posibilidades. Tampoco esperen encontrar una historia original ni un sesudo estudio de personajes. La historia es tan simple como el titular de un periódico sensacionalista: en los suburbios de la decadente Detroit, tres jóvenes entran a robar a la casa de un ciego que perdió a su hija en un accidente.

Pero ni el ciego está indefenso ni los chavales que se convierten en víctimas son gente a las que les dejaríamos las llaves de casa para que regaran las plantas.

No respires se convierte en una montaña rusa casi desde la sorprendente primera escena, y no para hasta el aparentemente inocuo plano final. La diferencia con otros títulos parecidos se debe principalmente al talento de Fede Álvarez como director, pero también como guionista.

El director del remake de Posesión infernal (2013) sabe cómo mantener la tensión en todo momento, y cuando crees que la película va a convertirse en una rutinaria caza al atracador, da un giro para sorprenderte o se saca de la manga una situación de suspense que te deja sin aliento.

No respires tiene atmósfera, mala leche, es retorcida hasta lo truculento y cuenta con dos actores que llevan perfectamente el peso de la historia: Jane Levy aprueba como decidida superviviente, y Stephen Lang no solo cumple a la hora de comportarse como un ciego, sino que aporta una presencia física que se antoja fundamental para que su personaje provoque auténtico pavor.

Con solo dos películas en su haber, Fede Álvarez comienza a ser una referencia en el cine de terror, aunque quizás no sea un comentario justo hacia Fede, dado el mal momento que vive el género en la actualidad.

Sin duda, y junto a The Conjuring 2, No respires es de lo mejor de la cosecha terrorífica de este año.


jueves, 19 de mayo de 2016

CINE: THE WITCH (2016)


En la Nueva Inglaterra de 1630, una familia cristiana que ha sido expulsada de su colonia comienza a vivir en una cabaña junto a un bosque; según cuentan, el lugar está habitado por el diablo.
Cuando el hijo recién nacido desaparece, se desencadenan una serie de acontecimientos que les hará cuestionarse si entre sus miembros hay alguien conchabado con Satán.

El cine independiente nos sigue obsequiando películas que se salen de los patrones habituales del género, producciones que buscan una mirada diferente, un nuevo enfoque. La pregunta es si en algunos casos estamos ante obras que marcan un antes y un después en el terror, o si simplemente son modas pasajeras, hitos que desaparecen cuando llega el siguiente “último grito”.
Estos últimos años hemos tenido unos cuantos ejemplos de “clásicos instantáneos”, como Tu eres el siguiente (2011), The Babadock (2014), It Follows (2015) o ahora The Witch (2015).

Sin querer quitar mérito a ninguna de estas propuestas, y dando por sentado que tiene sus defectos, pienso que la única que funciona de principio a fin, la única que sabe adonde se dirige, es It Follows. Sinceramente ¿Cuántos de nosotros nos sentimos decepcionados con el final de The Babadock? La crítica especializada la ensalzó, a mi modo de ver de forma exagerada, y el público que acudió entusiasmado a ver una película de terror al uso, con sus sustos, personajes planos y trama lineal, se llevó un chasco.

 Se dijo que de miedo no tenía nada, que si lenta, que si patatín, patatan. Para gustos colores, pero si queréis mi opinión -y aunque me parece un film con muchos puntos a favor- dentro de unos años pocos dirán que The Babadock es una de sus pelis favoritas de terror... o quizás me equivoque. 


En cierto modo le ocurre algo parecido a The Witch. Premio en Sundance y Sitges, avalada por la crítica, obra maestra, etc. A veces da la sensación de que muchos de los que escriben sobre una película de terror tienen un alto grado de desconocimiento de lo que se hace actualmente en el género. Quizás no sepan que el cine independiente de terror lleva ya varios años regalándonos obras diferentes y arriesgadas, con menos nombre, pero igual de meritorias o más que las que llegan a estrenarse en salas o ganan premios. Ahí están Tucker y Dale vs Evil (2010), Here comes the Devil (2012), Found (2012), The Pact (2012),  Landmine goes click (2015) y un largo etcétera.

Por ese motivo, los que estamos –mal- acostumbrados a encontrar propuestas diferentes en el cine de género más marginal,  vamos a ver películas como The Witch con cierta precaución. En mi caso me dejé llevar por la magnífica ambientación y la excelente fotografía; también me sedujo la gran labor de todo el reparto, esa primera media hora llena de momentos tremendos y un par de escenas realmente aterradoras; eso sí, una de ellas claramente inspirada en El resplandor (1980).

Como ocurría con The Babadock, el film de Robert Eggers –un gran debut- juega a la ambigüedad y plantea múltiples lecturas muy interesantes; el problema es que crea unas expectativas –casi- imposibles de cumplir, y el desenlace me dejó igual de frío que el film de Jennifer Kent.
Y es que en el último tercio de película parece que Eggers no sepa desenredar la madeja de situaciones planteadas a lo largo del metraje, optando en última instancia por un camino fácil –que intenta impactar sin conseguirlo- y tan obvio que sales del cine preguntándote que es lo que quería contarnos el director, si una película de terror, una crítica a la religión, un estudio del alma humana, todo eso a la vez, o, simplemente nada de nada.

The Witch me pareció una buena película de terror, y a pesar de lo dicho la recomiendo; tiene suficientes virtudes como para no desecharla solo porque a mi no me gustó el desenlace; pero advierto, esto es cine independiente, y puede que no sea del agrado de fans de Insidious o similares.

 

sábado, 30 de mayo de 2015

JOYAS ESCONDIDAS DEL CINE DE TERROR (I): Burnt offerings (1976)


Los setenta fueron quizás la época más pródiga en literatura de terror variante casas encantadas. Con la salvedad de la mejor nóvela sobre la materia, The haunting of Hill house (1959), de Shirley Jackson, la mayor parte de obras destacables sobre mansiones infernales fueron escritas durante esos años.

Si tuviera que nombrar mis favoritas y hacerlo por orden, así quedaría la cosa: La casa infernal (1971), de Richard Matheson, El resplandor (1977), del rey, Burnt offerings (1973) -aquí traducida con el horroroso nombre de Holocausto-, de Robert Marasco, y por último The Amityville horror (1977), de Jay Anson, con diferencia la peor de todas ellas. 
Robert Marasco fue un autor poco prolífico que obtuvo cierto éxito con Childs play, una obra de teatro sobre los problemas de un internado masculino que estuvo nominada a varios premios Tony, y que a finales de los setenta fue llevada al cine por Sidney Lumet.

El planteamiento de Burnt offerings no puede ser más tópico: una familia que atraviesa problemas financieros y sentimentales se muda de alquiler a una mansión por un precio irrisorio. La casa se encuentra semi abandonada y los que la alquilan solo piden que la cuiden como si fuera su propio hogar. A medida que pasan los días en la mansión, las plantas crecen a gran velocidad y el mobiliario parece restaurarse solo; mientras Marian, la mujer de Ben, comienza a comportarse de un modo extraño.
Burnt offerings sigue la línea del terror sugerido por Shirley Jackson en su famoso libro, aunque Marasco no posee ni de lejos las dotes líricas de la autora de The Lottery. A pesar de cierta pobreza narrativa, la trama, en su núcleo bastante original, se sigue con interés y resulta sugestiva y aterradora. Marasco teje su telaraña de forma implacable y aunque el final no supone ninguna sorpresa, sí que confirma la coherencia de un relato malsano que no solo habla de casas encantadas, sino también de las disfunciones familiares del sueño americano. 

En estos problemas conyugales se pueden encontrar parecidos razonables con la relación que Jack Torrance mantiene con su familia en el hotel Overlook, o con lo que acontece en Amityville, pero al fin y al cabo son argumentos que siempre han estado latentes en el género, y más en aquellos años de zozobra moral en EEUU. También hay que añadir que Burnt offerings es una de las películas favoritas del señor King, así que asumimos que el libro también le gustó.

La adaptación a la gran pantalla contó con las expertas manos de Dan Curtis, un director y productor que aunque en cine ya había rodado cintas como House of Dark Shadows (1970), siempre fue más conocido por su labor en televisión, donde aparte de la serie Dark Shadows nos legó varios de los telefilms de terror más importantes de la historia, como Night Stalker (1973) o Trilogy of terror (1975).

En 1975 Curtis se embarca con la United Artists en el rodaje de la obra de Marasco, y cuenta con un plantel de actores de primera fila: Karen Black, Oliver Reed, Bette Davis y Burguess Meredith. Sin embargo hay que puntualizar que aunque todos se muestran correctos en sus papeles -sobresalen Davis y Meredith- Curtis no era precisamente un director de actores, y la química entre Black y Reed es nula.

Dejando eso de lado, Burnt offerings (1976) (Aquí titulada Pesadilla diabólica) es, en su forma y fondo, una gran adaptación de la novela. Elimina las partes innecesarias y se centra en la evolución de los Rolfe y en la progresiva transformación de la casa. El “curtido” Curtis sabe manejar los espacios para crear una atmósfera inquietante, donde la utilización del efecto flou en la imagen (El fotograma parece cubierto por un velo, en su día un tipo de enfoque borroso utilizado por la fotógrafa Margaret Cameron), hace que el efecto de pesadilla sea aún más intenso. 
Como en toda buena película de casas encantadas, la mansión señorial se convierte en un personaje más, un lugar que no solo parece embrujado, si no que da la sensación de que posee vida propia. En ese sentido se podría encontrar otro parecido razonable en Hausu (1977), un original pero psicotrónico y delirante film japonés con una casa encantada viva que se comía, literalmente, a sus incautos inquilinos.
En Burnt offerings no encontrarás efectos especiales ni sustos fáciles. El mejor halago para Curtis es el haber sabido dosificar el suspense, además de apostar por sugerir antes que mostrar. Un notable para su puesta en escena y para la fotografía de Jacques R. Marquette. 
Pero ahí no acaban las bondades de este film injustamente olvidado. En la parte final el director de Dead of night ejecuta un salto mortal y se atreve con un doble final totalmente anti climático que, como no podía ser de otra manera, te descoloca –y decepcionará a algunos- pero también te deja con el desasosiego dentro del cuerpo.

El espíritu del libro de Marasco se afianza en la película con ese plano final, tan esclarecedor como similar al que rodó Kubrik en El resplandor.

Burnt offerings no es una película de fantasmas, ni de poltergeist. Para adivinar el secreto de esa aparentemente tranquila y luminosa mansión, deberás entrar en ella, y aprender a seguir sus normas. Quizás te acabe gustando, quizás te enamores de ella. Y no la quieras abandonar nunca jamás.



lunes, 11 de mayo de 2015

LOS VENGADORES: la era de Ultrón


Vuelven los héroes más poderosos de la tierra, y en esta aventura los personajes inventados por Stan Lee y Jack Kirby se ven las caras con uno de sus más encarnizados enemigos en las viñetas: el perverso Ultrón, creado en el comic por Hank Pym y nacido de forma "accidental" en la película gracias a Tony Stark.
Joss Whedon repite en la dirección y vuelve a apostar por la acción y el humor desenfadado, algo que se echaba de menos en las producciones de Dc y que desde Spiderman (2002) y -sobre todo- Iron man (2008), pasó a convertirse en marca de la casa marvelita. 

En el apartado de acción la película cumple con nota; los efectos especiales son increíbles y visualmente llega a sorprender en un par de planos en los que el padre de Buffy hace que la pantalla se convierta en una Splash page asombrosa. Además Whedon tiene la virtud de situar la cámara en los lugares precisos para que nos enteremos de las escenas de acción sin marearnos.

En cuanto al humor baja un peldaño con respecto a su predecesora, con chistes más blanditos de lo habitual, alejándose de lo auto paródico y acercándose peligrosamente a un humor infantil falto de ironía.
Y es esta cuestión sobre el humor lo que me hace llegar a una, quizás, precipitada conclusión sobre algo que ya se veía venir en las últimas adaptaciones de Marvel: este tipo de cine cada vez empieza a parecerse más a una serie de animación para adolescentes que a la plasmación a la pantalla de un comic. 

Esto no quiere decir que sea una noticia del todo negativa; ha habido y hay series de dibujos estupendas que han sabido recoger el espíritu del tebeo original, y así de primeras me vienen a la memoria la mayoría de las dedicadas a Batman, la de la JLA o alguna de los Vengadores o Spiderman.
Pero la desmedida proliferación de series de dibujos animados súper heroicas en los últimos lustros – en el caso de Marvel impulsadas a todas luces por la llegada al accionariado de la Disney- con el objetivo principal de conseguir adeptos tanto entre los peques como entre los adolescentes, parece haber provocado una infantilización progresiva que desvirtúa sobremanera a los personajes en los que se basan. Es más, son series que han sido fabricadas con el mismo molde, y siguen unos patrones muy concretos que las convierten en rutinarias: mucha acción, pinceladas de humor blanco, nula vida de los alter ego y pocos momentos para la reflexión, la intriga o el suspense. 

No hay conflicto que no se arregle a puñetazos, aunque en algunas historias se intente suavizar el final con una moraleja de lo ocurrido. No nos engañemos, en los comics también existen todos estos elementos, pero los argumentos no son tragados por cuarto de hora de peleas –los episodios duran veinti pocos minutos- que acaban agotando y en la mayoría de los casos ralentizando la poca historia que hay detrás.

La era de Ultrón no llega a ser un episodio estirado de una de esas series, y afortunadamente tiene aún los matices suficientes para ser un entretenimiento digno y competente, pero sí que da la sensación de que Marvel ha tomado un camino y no parece dispuesto a dar marcha atrás; me temo que por dicho trayecto no veremos una pizca de sangre, ambigüedad o una trama mínimamente adulta en la que no se tenga que salvar el universo sí o sí.
Y por cierto, en los comics aún se ve todo esto, en menor medida que antes, vale, pero algo es algo.
Por lo demás el film se estructura del mismo modo que la anterior película: una secuencia inicial espectacular, seguida de la presentación de personajes, un desarrollo del guion que funciona a trompicones y unos cuarenta minutos finales de acción imparable. Fin. 

Puede que este siento muy crítico con un producto que al fin y al cabo ofrece lo que cualquiera busca en un blockbuster, pero después de una primera parte donde sí había una buena caracterización de nuestros héroes y una trama con interés, se podía esperar de Whedon una evolución, no la repetición de un mismo esquema.
No hay evolución porque las relaciones que funcionaban en la parte anterior aquí son poco creíbles y no tienen peso alguno en lo que nos están contando. Clint Barton y su esposa, Banner y Natasha... el argumento los junta pero todo rechina por lo forzado de las situaciones en las que se encuentran. Baste de ejemplo esa casa de la pradera donde Barton se convierte –¿Es acaso una ironía?- en un perfecto hombre de familia. Aunque el combate con Hulk es lo más potente de la cinta, tampoco Robert Downey Jr consigue sobresalir entre tanta chatarra, y es la segunda vez (la primera fue en Iron man 2) en la que se le nota con el piloto automático puesto a la hora de interpretar al cabeza de lata. 


Y es que uno de los grandes logros de Whedon en el primer film fue no solo repartir las apariciones de cada uno de los Vengadores, si no darles importancia en el relato. Aquí la mayoría parecen desubicados, fuera de lo que se cuenta (El capi, el propio Banner) y la inclusión de varios diálogos rimbombantes supuestamente profundos no ayudan en nada.

Los mejor parados dentro de este festín de Fx son Thor y La visión. Hemsworth está muy metido en la piel de su personaje y eso queda patente en algunas de las mejores secuencias de la peli, como la del levantamiento de martillo. Paul Bettany encarna a una Visión delicada e inteligente, pero también letal y misteriosa. Bravo para este gran actor. 

Por último, Ultrón es un villano que impone pero que no se diferencia en nada a ninguno que no hayamos visto en otras mil películas. Hubiera sido mejor buscar la manera de no pervertir el origen del personaje y de darle ese aire Edipico de tragedia griega que Roy Thomas supo ver tan bien en aquellos míticos números de los años setenta. De Mercurio y La bruja escarlata, poco que decir, aunque el primero sale mejor parado que la sosa Olsen lanzando rayos.
En todo caso el hecho de que el film se haya basado en una de las mejores sagas de los últimos años (etapa Busiek-Perez) supone una alegría para el fan, ya que hay algunos fotogramas que son idénticos a las viñetas de ese genio del dibujo que es George Perez.
 Sin embargo los guionistas en ningún instante han sabido recoger la sensación de impotencia y zozobra que sufrían los Vengadores ante el ataque de Ultrón, superados en número y aparentemente sin posibilidades de triunfar. Era una historia épica que requería un punto de vista un poco más adulto, no un mero, aunque impresionante, espectáculo pirotécnico.
Después de leer esta crítica alguno pensará que la era de Ultrón no me ha gustado un pelo. No es así, me entretuvo y me pareció bien facturada, pero no me emocionó, y esperaba mucho más de la despedida de Whedon de la saga.

domingo, 26 de abril de 2015

JOYAS ESCONDIDAS DEL CINE (II): WAKE IN FRIGHT (1971)


Nominada en su día a la palma de oro en Cannes, Wake in fright (Outback) (1971) -aquí titulada Despertar en el infierno- es un film hoy injustamente olvidado, algo poco comprensible, ya que estamos ante una obra que resulta imprescindible para comprender una cinematografía tan interesante como la australiana.

Outback juega al drama psicológico con elementos que bordean lo Kafkiano y lo pesadillesco; la época dorada del cine australiano cuenta con numerosos ejemplos -tanto de películas de género como de otras cercanas a esos parámetros- que se sirven acertadamente del folclore y de las tradiciones de la tierra para crear una nueva forma de mostrar lo inquietante o lo sobrenatural.

Peter Weir, autor imprescindible del cine moderno, nos dejó para el recuerdo dos manifiestos de este tipo de cine: Picnic en Hanging Rock (1975) y La última ola (1977). 

  La aterradora Largo fin de semana (1978)de Collin Egleston, o la hermosa Walkabout (1970), de Nicholas Roeg, trataban sobre el papel primordial que la naturaleza y el paisaje australiano juegan en las vidas de sus habitantes. Pero quizás sea esta Wake in fright la que más acierte a la hora de reflejar el choque entre civilización y naturaleza, entre lo aparentemente moderno y las tradiciones arraigadas, sean aborígenes o no. La película del canadiense Ted Kotcheff muestra una Australia que es un todo en uno, y que no puede separar una cosa de otra.

John Grant (Gary Bond) es un profesor hastiado de vivir en un pequeño y polvoriento pueblo; terminado el curso decide pasar unas vacaciones en Sidney. Al iniciar su viaje, una serie de problemas le llevaran a tener que pernoctar en una ciudad de mineros; allí da comienzo una espiral de autodestrucción en la que el profesor acaba sumido por voluntad propia. 

Este descenso a los infiernos se produce cuando John acepta las costumbres del lugar: beber alcohol hasta reventar o emular las acciones que cometen sus compañeros de juerga para sentirse integrado.
Como todo buen dantesco trayecto, el profesor cuenta con la ayuda de su Virgilio particular, un inconmensurable Donald Pleasance, que interpreta a un ser que una vez tuvo moral pero que la terminó abandonando en el fondo de una botella.
Muchos detalles quedan grabados a fuego en la memoria del espectador que se acerque a esta película.
Quizás el principal sería la atmósfera irrespirable que consigue Kotcheff desde el minuto uno, capaz de poner a prueba el aguante del espectador poco acostumbrado a estar incómodo durante el visionado de un film. La fotografía feísta y saturada ayuda a que sintamos en nuestra piel el continúo calvario de sudor que cubre a los personajes, impotentes ante el sofocante calor australiano.

Esa sensación se hace más acusada en los lugares cerrados, bares atestados de gente apretujada como canelones en un horno, aguantando las altas temperaturas gracias a litros de alcohol. 
Wake in fright debe poseer el record Guinnes de gente bebiendo en un film, o de número de latas y cascos de botella vistos jamás en una pantalla. Creo que hay pocos planos en los que no veamos a un paleto bebiendo o botellas por doquier.
Kotcheff logra que la inmersión en ese submundo tenga no solo las obvias connotaciones físicas, sino también hace que nos preguntemos por qué ese personaje integro y recto se llega a convertir en un animal que solo responde a sus más bajos instintos.
El metraje está repleto de pasajes simbólicos, el más impactante de todos es aquel en el que el profesor y sus nuevos amigos se van a cazar canguros.
 
Pocas veces se ha visto de manera tan cruda el duelo del hombre contra el animal; aquí un duelo desigual, por supuesto, y que levantó ampollas en su día por la utilización de imágenes reales de cacerías para la creación de la secuencia.

Otro de los mejores momentos de la cinta es su parte final, donde la ambigüedad de los diálogos y las situaciones dan pie a una escena tremenda, que sugiere la culminación de la degeneración del personaje.

Outback fue dirigida por, como decíamos antes, Ted Kotcheff, director nacido en Canadá con una larga y en general discreta carrera a sus espaldas, de la que sobresale esta obra y la posterior e interesante Acorralado (1982), el segundo bombazo de taquilla de Sylvester Stallone.

Despertar en el infierno no solo es un título fundamental que influyó en la posterior cinematografía de Australia, también su sombra se ha visto en otros films, como demuestra Giro al infierno (1997) de Oliver Stone, en el que Sean Penn, tal como le ocurría al personaje de Gary Bond, parece incapaz de poder escapar de un corrompido, desértico y diminuto pueblo, sucursal de un averno proveniente de nuestras antípodas, de un lugar donde lo que va siempre regresa.


domingo, 29 de marzo de 2015

JOYAS ESCONDIDAS DEL CINE (I): Muñecos infernales (1936)

Aunque para algunos esta producción no está entre las mejores de su director, en mi opinión sí pertenece a tan selecto club. Tod Browning hizo tres obras maestras, o grandísimas obras, para no ponernos tan categóricos: Drácula (1931), Freaks (1932) y Muñecos infernales (1936). Muy cercana a estas situaría Garras humanas (1927), un fascinante relato antecedente de La mujer pantera (1942), de Tourneur.

The devil doll parte de la novela “Arde, bruja, arde” (1932), de Abraham Merrit, un escritor pulp contemporáneo de Lovecraft que aunque poco conocido tiene textos de sumo interés. El título del libro puede que confunda a más de uno –yo incluido-, ya que hay una película de 1962 con el mismo nombre en español que la novela de Merrit. En el idioma original ese film se titulaba The night of the Eagle, dirigida por Sidney Hayers y basada en una novela del también habitual del género Fritz Leiber; la adaptación corrió a cargo ni más ni menos que de Richard Matheson, Charles Beaumont y George Baxt. Un excelente film de terror, todo sea dicho de paso. 

Pero si esta tripleta de guionistas ya resulta llamativa -aparte un sello de calidad- qué decir de los nombres que adaptaron el libro de Merrit. Estaba Guy Endore, que para quién no le conozca es el autor de El hombre lobo de Paris (1933), el mejor libro escrito sobre estas criaturas, y que resultó fundamental para la creación del hombre lobo moderno visto en films como Aullidos (1981) y, como no, Un hombre lobo americano en Londres (1981), cuyo título homenajea a la novela de Endore. También se apuntó a la fiesta Erich Von Stroheim, figura mítica del cine mudo y responsable de esa obra maestra que es Avaricia (1924). Y por último Garret Fort, el menos conocido de los tres pero que cuenta en su haber con los guiones de cimas como Drácula (1931) y Frankenstein (1931). A esto se sumó el trabajo en los diálogos del guionista Richard Schayer y del mismo Tod Browning. Eso sí, la adaptación no fue muy fiel a la obra de Merrit.

Es necesario señalar que en el momento de rodar Muñecos infernales, la carrera de Browning en Hollywood había tocado fondo.
Tras el éxito de público y crítica que obtuvo gracias a Drácula en el 31, al año siguiente rodó Freaks, la que a la postre sería uno de los mayores fiascos de la historia del cine. Nadie en aquella época (¿Sería distinto ahora?) le perdonó a Browning que utilizara a personas con una deformidad real para su historia, como tampoco gustó la crudeza de alguna de sus imágenes. Los que antes habían apoyado al director ahora le daban la espalda; el film levantó tal polémica que llegaron a tacharlo, entre otras cosas, de pornográfico. Y es que en aquellos tiempos donde se vendía la belleza hipócrita de un dorado Hollywood, nadie estaba interesado en los personajes marginales de Browning.

A pesar de ser apartado de la industria, en 1936 rodó este Devil Doll para MGM, un fracaso anunciado si tenemos en cuenta como Hollywood había estigmatizado al director.

El argumento de Muñecos infernales recuerda, en su planteamiento, al de El Conde de Montecristo. Paul Lavond escapa de La isla del diablo, una cárcel donde fue prisionero durante diecisiete años como consecuencia de un delito que no había cometido.
Junto a él se fuga Marcel, un científico loco que da refugio a Paul mientras planea su venganza sobre los hombres que le metieron entre rejas. Durante su estancia en la casa, Paul descubre que Marcel y su esposa están realizando una serie de extraños experimentos que convierten a las personas en unos muñecos capaces de ser controlados por la mente de su creador. Paul utilizara esta mezcla de ciencia y brujería para dar buena cuenta de sus excompañeros de negocios.

Dejando de lado las irrisorias explicaciones que ofrece la pareja de científicos locos sobre las técnicas y el motivo de sus experimentos (para paliar el hambre en el mundo), la película crece cuando el personaje interpretado con maestría por Lionel Barrymore viaja a Paris para iniciar su venganza.

Browning no solo se preocupa de contarnos -a través de un relato de terror de imaginería deslumbrante- como el atormentado Paul Lavond teje su tela de araña alrededor de sus víctimas, sino que también le da una importancia inusitada al melodrama, consiguiendo que la relación entre Barrymore y su hija, interpretada por la Tarzaniana Maureen O´sullivan, contenga una carga emocional casi nunca vista en un film de terror.
Baste de ejemplo el final en la Torre Eiffel, uno de los más emotivos y tristes de la historia del cine fantástico.

Y es que Muñecos infernales logra mezclar los géneros sin perder el rumbo en ningún instante. Su apartado visual sigue teniendo una fuerza tremenda hoy en día, gracias en parte al trabajo de Cedric Gibbons, encargado de la fabricación de los decorados gigantes y de la técnica de doble exposición. Secuencias como la del ataque nocturno a un hombre durmiendo por parte de una de las “muñecas” sigue dejando fascinado a cualquier espectador. Además el argumento dosifica el suspense para mantenernos en vilo durante sus ajustados 78 minutos de metraje.

Pero por encima de todos estos aspectos ya de por si loables, nadie que haya visto el film puede olvidar a Lionel Barrymore disfrazado de dulce viejecita atendiendo a sus clientes en la tienda de antigüedades.
Tierno pero pérfido, encantador pero cruel. Grande e inolvidable. Por cierto, el uso del disfraz fue una de las constantes en la filmografía de Browning, quizás algo contraído por su larga relación con el actor Lon Chaney, el hombre de las mil caras (y disfraces).

Muñecos infernales en manos de otro director hubiera sido un disparate; pero como demostró a lo largo de su carrera, Browning no hacía cine, sino magia, y hacía fácil lo difícil, y cuanto más grande fuera el truco, mejor era la película.

Tod Browning rodaría su última obra en 1939 (la menor pero interesante Milagros en venta) antes de abandonar la silla de director. Cuando murió, en 1962, nadie se acordaba de él.

Precisamente ese año se proyectó Freaks en el Festival de Venecia. Casi de inmediato pasó de ser un director maldito a un autor de culto.

Cosas del cine, o en este caso sería mejor decir “de la magia del cine”.